La morada maligna by Richmal Crompton

La morada maligna by Richmal Crompton

autor:Richmal Crompton [Crompton, Richmal]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1926-01-01T00:00:00+00:00


XII

1

La nena llegó al almuerzo jadeando y con mucho retraso.

—He estado en casa del ermitaño —dijo, mientras se sentaba a la mesa—, Duckkums, no puedo evitarlo. Tengo que quererlo. Es el hombre más encantador que conozco.

—Ya te dije que no tenías que tener el menor trato con él —dijo la señora Crofton en un tono que era severo viniendo de ella.

—Pero, Duckkums, ¿por qué no?

—Podría ser… violento. No debería estar suelto.

—Duckkums, no lo entiendes…, sí, me he lavado las manos…, la gente del pueblo lo quiere. Yo también…, sí, me he cepillado el pelo. Se me ha vuelto a despeinar cuando me he caído por la barandilla al bajar las escaleras.

—¿Se trata del ermitaño del que tanto he oído hablar? —dijo Gwenda divertida.

La nena asintió solemnemente con la cabeza por encima de su cuchara sopera.

—¿Cómo te encontraste con él, nena? —preguntó Donald.

—Billy y las mellizas llevaron a Mimi y a Angel al río y no quedaba sitio para mí, así que me fui al bosque, de exploración.

—La verdad, no deberías vagar sola por el campo, Francie —dijo la señora Crofton—. No es seguro. Billy, no deberías haberla dejado.

—Duckkums, querida… ya soy mayor del todo —dijo la nena con toda la dignidad de sus trece años.

—De todas formas, ¿qué sucedió? —dijo Mab.

—Verás, yo fingía ser un indio que le seguía la pista a alguien y caminaba sin hacer ruido, como Billy me enseñó. A mí y a Billy se nos da eso muy bien.

—Querrás decir a Billy y a mí —corrigió Donald—, y sigue de una vez.

—No puedo si todos me interrumpís… Bueno, estaba reptando por el suelo…

—No me extraña que no te duren los abrigos, Francie —murmuró la señora Crofton—. Ojalá tuvieras más cuidado con tu ropa.

—… Y lo vi de pie en un sitio donde no había árboles y, al extender él un brazo y hacer una especie de arrullos, bajaron unos pájaros.

—¿Qué? —se rió Gwenda.

—Que bajaron unos pájaros… y se posaron en sus manos y brazos, y en sus hombros, y en su cabeza. Y se pusieron a cantar. Él había vuelto la cara hacia el cielo. Luego se movió y cogió en su mano uno de los pájaros y lo acarició, y los demás revolotearon a su alrededor hasta casi tocarlo, y entonces yo hice un ruido: pisé una rama. Porque estaba nerviosa. Realmente sé reptar perfectamente sin romper ramas, ¿no es cierto, Billy?

—Te crees que sabes —gruñó Billy de malos modos.

—¿Y qué pasó entonces? —dijo Gwenda.

—Los pájaros emprendieron el vuelo y él me vio. Me llevó a su bonita casita de madera.

—No deberías haber ido, Francie —dijo la señora Crofton—. No puedo estar pendiente de ti todo el día…

La nena suspiró y durante un par de minutos comió en silencio. Luego dijo:

—Si supieras cómo es él, Duckkums… Su casita es la cosa más linda de este mundo, y tiene un bonito conejo que se encontró con una pata arrancada de un tiro, y lo cuida. Vive con él como si fuera su amigo. Y volvimos a



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